Tres toreros de auténtico renombre hicieron el paseíllo en el coso de la capital guipuzcoana, una tarde de expectación en la que se esperaba una mejor entrada. Se vio a una terna con ganas de triunfos, mostrando siempre actitud para buscar el triunfo y deleitar a los donostiarras.

Morante de la Puebla dejó ante el primer toro una faena llena de matices, detalles pintureros del de la Puebla que están únicamente a su alcance. El sevillano fue capaz de cuajar a un toro sin transmisión, pena que los aceros no hicieron terminar la faena con limpieza, pues dejó una media estocada agarrada que fue necesaria de descabello. A su segundo poco le pudo hacer, no tenía ni un pase, trató de hacerle su toreo adaptado a las condiciones de un toro vacío, lo pasaportó entre una división de opiniones radical.

José María Manzanares volvió a mostrar ese torero que todos recordábamos antes de la lesión de la que tuvo que ser operado hace un mes. El alicantino estuvo soberbio con el capote ante su primero logrando enardecer a los tendidos. Construyó una faena de importancia y la hondura de sus trazos fue lo más destacable. Aunque lo mejor vino en su segundo, toro al que fue capaz de hacer las labores de enfermero, sacó agua de un pozo seco y mostró un magisterio increíble, poco a poco fue haciendo de un toro vacío, un toro importante, tapando sus múltiples defectos y sacando a la luz sus escasas virtudes. En definitiva, Manzanares dejó su impronta en el coso guipuzcoano, aunque perdió las orejas con los aceros en su segundo.

Alejandro Talavante volvió a mostrar el gran momento por el que pasa, estuvo a un grandísimo nivel. Con la muleta mostró un repertorio increíble, en los tendidos se oía a un joven que decía «este sí es mi Talavante», y es que revalidó la frescura de su toreo esta temporada. El extremeño hizo gala de una mano izquierda privilegiada, al alcance de muy poquitos. Dejó además la que seguramente será la estocada de la feria, sublime Talavante.