Se retira, se va, uno de nuestros ases de la baraja taurina. Se va y no descarta volver, pero se va. El Juli ha decidido poner punto y final (o seguido) a una etapa boyante. Un torero que ha honrado su profesión como pocos, que ha sabido vivir al margen siempre de las polémicas, que ha soportado incesantes críticas y que no sólo no ha sido un caballero recibiéndolas, sino que ha contestado a golpe de triunfos.

Creador de numerosas vertientes nuevas en el toreo, pues cabe recordar que fue el primer inversor en los videojuegos taurinos, impulsó un importante certamen de novilleros y lo más importante, ha sido un espejo para miles de novilleros que hoy en día pueden presumir de ser matadores de toros porque un día vieron a El Juli.

Trajo a España la zapopina, que fue bautizada como lopecina, otra innovación. Se convirtió en figura del toreo y con tan sólo 16 años ya lo conocía el mundo entero, es quizá uno de esos pocos que se pueden llamar niños prodigio.

Es evidente que los 25 años de alternativa desgastan mucho, pero aunque hubieran pasado 50, El Juli siempre sería adorado. Tardes como Bilbao con el labio partido, Sevilla y Orgullito, las miles de plazas que surcó en hombros… Qué más se puede pedir.

Sólo nos queda darle las gracias, desearle un templado descanso y rezar a los cuatro vientos para que su vuelta no se nos haga larga y lo haga al mismo nivel que ahora, hasta siempre Julián.