El perfecto homenaje a Pablo Picasso vino de mano de un arrebatado Juan Ortega que paró el tiempo y nos trasladó a ese mismo día en el que Picasso fallece, pues fue quizá la mejor plasmación del arte, un arte innovador, fresco y puro, siempre puro. La pureza de Ortega es indescriptible. Por otro lado Cayetano pudo compartir la puerta grande con el sevillano, pero el palco no lo quiso así, pues dejó su concepto y sello Rivera mostrando raza y capacidad. Lo mejor de Aguado llegó en su primer toro, al que le supo entender y cuajar con gran templanza para dejar otra gran faena de detalles del sevillano.